Insistí en pensar que había años vacíos, huecos de recuerdos.
Calles sin números y con ausencias. Casas deshabitadas de cariño.
El aire tropezaba con gritos ahogados, aquello era tan normal que apabullaba.
Al silencio lo arrastraba el viento y lo hacía cómplice de su ímpetu. Las noches ventosas eran así, miedosas, vidriosas.
La distancia entre su casa y la mía asustaba de lo agujereada que estaba; la luna se había perdido en el firmamento y no había más luz que la de sus ojos, éramos sigilosos para no desentonar pues la oscuridad nos mordía los talones.
Los acertijos que nos dejaba la soledad eran necesarios, la tristeza ovillada a los huesos no podía prometer sonrisas; había que vencer al rival más difícil, al de la cabeza.
Así era aquel pueblito casi sin nombre, pueblito fantasma; lo había matado la indiferencia. La traza de la ruta lo había sentenciado al olvido, pero hoy era refugio y escondite del viento y sus historias fantásticas.
La paredes traspiraban memorias de mesetas recortadas por alambres de púa. Los techos nos dejaban ver trocitos de cielo.
Ese verano, el calor no cedía, de noche aún se hacía difícil respirar.
Calles sin números y con ausencias. Casas deshabitadas de cariño.
El aire tropezaba con gritos ahogados, aquello era tan normal que apabullaba.
Al silencio lo arrastraba el viento y lo hacía cómplice de su ímpetu. Las noches ventosas eran así, miedosas, vidriosas.
La distancia entre su casa y la mía asustaba de lo agujereada que estaba; la luna se había perdido en el firmamento y no había más luz que la de sus ojos, éramos sigilosos para no desentonar pues la oscuridad nos mordía los talones.
Los acertijos que nos dejaba la soledad eran necesarios, la tristeza ovillada a los huesos no podía prometer sonrisas; había que vencer al rival más difícil, al de la cabeza.
Así era aquel pueblito casi sin nombre, pueblito fantasma; lo había matado la indiferencia. La traza de la ruta lo había sentenciado al olvido, pero hoy era refugio y escondite del viento y sus historias fantásticas.
La paredes traspiraban memorias de mesetas recortadas por alambres de púa. Los techos nos dejaban ver trocitos de cielo.
Ese verano, el calor no cedía, de noche aún se hacía difícil respirar.
Continuará [Historias del viento- Pueblito fantasma- Bárbara Himmel]
:)
ResponderEliminarMe encanta lo que has escrito.
Y me encanta volver a leerte.
Un abrazo gigante!!!